domingo, 18 de octubre de 2015

RELATO: LA VERDADERA MALDAD


La verdadera maldad. Pura y venenosa. Oscura. Silvano la vio aquella fría tarde de abril, bajo la persistente lluvia, entre el gentío.

    Se acercó a la fuente de la plaza de las palomas, donde acostumbraba a hurgar en busca de tesoros, donde se rodeaba de niños iguales a él, de su misma edad y condición. Aquella tarde no había niños; ninguno, o al menos el muchacho no dio con ellos. La plaza, sin embargo, no estaba vacía; al contrario, la muchedumbre rebañaba cada rincón de ella como si fuese a ocurrir algún hecho milagroso. Silvano se movió impaciente, como un gorrión en una jaula, preguntándose qué diablos hacían allí tantas y tantas personas reunidas. Recordó que tal vez, como venía ocurriendo una vez al año por aquellas fechas, el circo ambulante habría llegado al pueblo. “¡Leones y magos!”, pensó, “¡Tonto despistado! ¿Cómo has podido ser el último en enterarte?”. El entusiasmo le hizo adentrase a empujones en la marea humana en busca de un lugar mejor desde donde mirar.

    Logró ver, a duras penas, una plataforma de madera toscamente improvisada, y sobre ella dos figuras, una alta, ancha, envuelta en gruesas ropas negras. Su rostro se escondía bajo una tela algo deshilachada, y su mano desnuda portaba un objeto puntiagudo que refulgía a poco que lo moviera. El chico no tardó en darse cuenta de que lo que llevaba era un largo cuchillo. La otra persona estaba completamente desnuda. Era una mujer, humillada y desvencijada, con los huesos enroscados en las finas concavidades de pellejo seco. Sus pechos caían sin forma, uno a cada lado, desprendidos y laxos, y sus brazos y piernas no eran más que sombras que escapaban de su cuerpo. Silvano se estremeció, convencido de que a aquella mujer le había abandonado toda vida, y que se mantenía erguida por algún sutil artificio.

    Cuando la miró a los ojos, las miradas de ambos se encontraron. No era hermosa, desde luego, resolvió el muchacho, pero se percibían vestigios de una belleza anterior, ya desaparecida. La mujer le sonrió de pronto, una sonrisa brusca, colmada de feos dientes, y terminó el gesto en algo muy parecido a un beso, pero el muchacho no hubiera podido asegurarlo. Silvano le devolvió la sonrisa. Acto seguido el gigante encapuchado se acercó a ella arrastrando los pies al caminar y, con un grácil movimiento, le abrió el cuello con el cuchillo, de lado a lado. Una nueva sonrisa apareció bajo el mentón de la victima, pero ésta era negra y sucia, y se abría y se cerraba mientras escupía los restos de vida que le quedaban a la mujer. Su rostro se quedó petrificado, balbuceando quedamente, el horror puesto en sus ojos.

En la plaza nadie hablaba, solo toses y gruñidos, y de repente un aplauso, vigoroso por parte de algunos, gélido y desconcertado por otros. Silvano, no obstante, no se movió de su posición, no tosió ni gruñó, y mucho menos aplaudió. Solo contempló en silencio hasta que la tarde comenzó a pudrirse, la lluvia cesó y le sobrevino la noche. Ni siquiera entonces abandonó la plaza. Fue el último en marcharse y, cuando ya no quedó nadie, se dio la vuelta, y sin mirar atrás se prometió a sí mismo que nunca más volvería a buscar tesoros a la fuente.

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  El relato La verdadera maldad fue presentado al taller de escritura creativa "Móntame una escena" de la excelente web Literautas en mayo de 2014, y participó en el segundo libro recopilatorio del Taller Literario, que podéis descargar de forma completamente gratuita aquí.




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