domingo, 1 de noviembre de 2015

RELATO: EL CALCETÍN ROJO


Simón fue sacando lentamente el brazo de la sopa de marisco. Apenas notaba el calor del líquido (no después de casi una hora de intensa búsqueda en un sinnúmero de mastodónticas ollas), pero sí que empezaba a acusar aquel penetrante olor a almejas, gambas y cabezas de rape que flotaban en el burbujeante brebaje.
    «¡Estúpido Simón, desordenado, torpe y descerebrado!» se repitió una y otra vez. «¿A quién se le ocurre dejar un calcetín, UN CALCETÍN, viejo y apestoso, tirado en una cocina?».
    Había escuchado el ¡Chof! claramente, pero entre tanta marmita junta, todas operando a máximo rendimiento, y los ruidosos extractores de humo, no tenía ni idea del lugar exacto en el que había ocurrido la desgracia. Y había tenido que pasar justo hoy, el primer domingo de mayo, el día en el que todo el mundo se reunía en la iglesia para degustar la famosa sopa sureña, una delicatessen cuya relevancia ponía el nombre de un pueblo tan pequeño como el suyo en el mapa.
    El joven aprendiz miró hacia la puerta esperando ver aparecer a Ramón "El oso", el monstruoso jefe de cocina o a alguno de sus lugartenientes. Todos se reirían de él si llegaran a enterarse de lo ocurrido, de eso estaba seguro; todos menos Ramón, que lo apuntaría con aquellos gélidos ojos desprovistos de vida y lo expulsaría de allí entre gritos y sartenazos. No eran pocas las leyendas que circulaban por el pueblo sobre aprendices de cocina atolondrados que se habían visto obligados a abandonar el condado empujados por la temible ira del oso.
    Respiró hondo, preparado para afrontar la última hornada de ollas y se subió al taburete.
    Justo cuando se disponía a sumergirse en la sopa, una sombra oscureció la estancia como una nube de lluvia en un cielo despejado.
    —¿Se puede saber qué haces, perillán? —rugió el oso.
    Simón dio un respingo.
    —Es... estaba supervisando la comida— mintió. La voz le bailó en la garganta— Procuraba que todo estuviese a punto para la fiesta.
    —Bien. Necesito que me ayudes. He de ultimar algunos detalles del banquete. ¿No habrás añadido más guindilla, verdad? Hoy nos visitan algunas personalidades de las localidades vecinas y no a todos les gusta el picante —mientras el jefe de cocina hablaba, Simón reparó en algo que descansaba sobre una de las estanterías superiores, junto a la puerta. Entre dos grandes cacerolas destacaba un objeto de tela, de un rojo que le resultó familiar.
    «¡El calcetín!».
    — ... y finalmente emplataremos como sabemos hacer y los hijos de Usanza servirán la sopa ¿lo has entendido, zagal?— continuó Ramón—. Y ahora dime, ¿qué hora es?
    Simón, presa de un entusiasmo que luchaba por salir, se contuvo. Levantó el brazo y miró su reloj. Entonces un escalofrío le masajeó la espalda.
    La muñeca estaba morada por el calor de la sopa.
Y allí donde debía de estar su reloj no había nada.

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El calcetín rojo es un sencillo relato corto que escribí hace algunos años con motivo de un ejercicio de escritura de "Literautas". Lo guardo con especial cariño porque fue lo primero que escribí para la web, con la motivación actuando como una locomotora fuera de control. Después de éste realicé muchos otros trabajos (casi tantos como ejercicios plantea el taller), pero la historia del calcetín y del pinche de cocina es, por mucho, la que más simpatías me despierta, y es por eso que he querido otorgarle un rinconcito en el blog. Espero que os guste.

Y si alguno se pregunta si mi Simón está, de alguna forma, inspirado en el Simón de Tad Williams, en el pinche Cabezahueca de Añoranzas y Pesares (el libro de mi infancia, ese libro mágico al que acudo asiduamente casi de manera religiosa), os diré con todas mis fuerzas que sí, que sí y que sí. Véase, pues, como un pequeño y humilde homenaje.


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